Un día cualquiera estudiando Mitología Griega

20 may 2009

Historia de Orfeo y Eurídice


Orfeo, teólogo, poeta y músico célebre, era hijo de Eagro, rey de Tracia. Desde su juventud se dedicó a estudiar la religión y recorrió el Egipto para consultar a los sacerdotes de este país y ser por ellos iniciado en los misterios de Isis y Osiris. Enseñó a los griegos sabios conocimientos de astronomía, cantó la guerra de los Titanes, el rapto de Proserpina y los trabajos de Hércules y fue considerado como el padre de la teología pagana. La música le servía de solaz y descanso en sus ocupaciones. Antes en Grecia se conocía la flauta; él inventó la lira o más bien la perfeccionó añadiéndole dos cuerdas. Su voz unida al sonido de este instrumento embelesaba a hombres y dioses y la naturaleza toda se conmovía con sus acordes. Osos y leones se acercaban a lamerle los pies, los ríos retrocedían a su nacimiento para escucharle, las rocas se animaban y corrían a su encuentro.

Todas las ninfas admiraban su tal
ento, seguían sus pasos y deseaban tenerle por esposo. Solamente Eurídice, cuya molestia igualaba a sus encantos, parecióle digna de su amor y la tomó por esposa siendo por ella tiernamente correspondido. Las dulzuras de este himeneo no fueron duraderas, pues un día que Eurídice huía de la persecución por parte de Aristeo, hijo de Cirene, fue mordida en el talón por una serpiente y esta herida le causó la muerte. Orfeo quedó inconsolable y después de haber intentado ablandar a las divinidades del cielo no reparó en descender a los infiernos para implorar al dios de los muertos que le devolviera su querida compañera. Sobre las riberas de la laguna Estigia clamó con acentos tan dulces y enternecedores que los habitantes del Ténaro no pudieron contener sus lágrimas ante tal desgracia; el mismo Hades se sintió conmovido.

Llamó a Eurídice qu
e se hallaba entre las sombras llegadas recientemente; la ninfa se acercó con paso tardo porque su herida era aún reciente y fuéle concedido partir con Orfeo, pero bajo la condición de que él no volvería la cabeza para mirarla hasta que hubiera ella rebasado los confines del reino de los muertos. Eurídice había ya triunfado de los obstáculos que podían obstruir su camino de retorno y estaba ya a punto de ver la luz de los cielos, cuando Orfeo, olvidando la promesa que había jurado cumplir y cediendo a la impaciencia de contemplar su mujer, ¡impaciencia muy digna de perdón si los infiernos supiesen perdonar!, cuando ya sólo le faltaba dar un paso, vencido por su amor, se detiene y mira hacia atrás… y en el acto Eurídice le es arrebatada. Ella le tiende los brazos, él quiere abrazarla, pero ya no estrecha sino un poco de vapor y puede sólo escuchar un largo suspiro y un adiós eterno.

Anonadado por esta nueva desgracia, intentó en vano penetrar por segunda vez en la mansión de los muertos, pero Caronte negóse
a transportarle en su barca y Orfeo estuvo siete días a orillas del Aqueronte sin probar alimento alguno, inundados sus ojos en lágrimas y consumiéndose de dolor. Finalmente retiróse al monte Rodope, en Tracia, sin otra compañía que los animales que amansaba con su canto. Las mujeres que moraban en aquel país salvaje intentaron en vano endulzar sus añoranzas y llevarle a un segundo matrimonio, pero él desoyó siempre sus ruegos y se mostró sordo a su amor. Irritadas por este desvío esperaron el día en que se celebraban las fiestas de Baco para tener ocasión de vengarse.

Entonces armadas con tirsos corrieron al monte Rodope y lo asaltaron por todos lados: su griterío y el ruido de los tambores apagaron la voz de Orfeo que fuera lo único capaz de conmoverlas: después le ataron furiosas, y a pesar de los esfuerzos que hizo para calmarlas, destrozaron su cuerpo en menudos pedazos.







Óleo de Jean Baptiste-Camille-Corot